"El final es en donde partí" (La Renga)
"El final es en donde partí" (La Renga)
"(…) este círculo posee un significado ontológicamente positivo" (H.G. Gadamer)
"El límite invisible sobre el puñal de la nada" es una muestra de obras cuya narrativa nos incluye. Las líneas de esta columna son una emanación inspirada en el disfrute de la obra del pintor Pablo Ricciardino y en modo alguno pretenden erigirse en reseña técnica.
En estos cuadros expuestos en serie podrá mirar, quien se anime a pisar la cornisa angustiante que se abre ante cada secuencia, planos que se traslapan, simultáneos, produciendo un entrevero de momentos en los que se dirimen el paradigma tecnocrático y la misma vida. En ellos, lo vital, soterrado, se logra hacer lugar a lo largo de la historia mundial.
Ricciardino plasma en imágenes sensibles el ecosistema en el que vivimos, aparentemente regido por la Inteligencia artificial, dentro del cual dos líneas de opinión de juglares se gritan desde gradas enfrentadas: tecnófilos y tecnófobos.
Mal que les pese a los partidistas, buscando una tercera posición virtuosa desde la cual hacer pie, la prudencia permite comprender la verdadera jugada enemiga, agazapada detrás del teatro protagonizado por esos dos titanes en el ring: los que analizan desde ambos bandos con amor y odio la herramienta virtual, forman parte, en el fondo, de la misma operación.
Su maniobra articulada desde las dos puntas está en afirmar tanto la inexorabilidad del proceso, así como el relativismo, diseminando el resentimiento como combustible de los algoritmos. Es decir, su estratagema dañosa se perpetra cuando, escondidos detrás del espectáculo de su dualismo, postulan que no hay verdad posible sobre la vida humana y que, por lo tanto, el camino sería inevitable.
Si usted es un anestesiado no vaya. La obra no es para holgazanes, porque su gramática nos habilita a realizar el liminar ejercicio que se le exige a la inteligencia frente a todo fenómeno humano, la gimnasia de responder con precisión a la cuestión siguiente: ¿dónde está el conflicto?
Colores vívidos, lanzas aherrojadas, yelmos, crucifixiones del Salvador pobre, aviones inconcientes portando bombas atómicas, búnkeres avaros, desnudan la prioridad de la pregunta acerca de la estructura de la realidad. Acaso sea, vista desde este ángulo, una obra más trascendente que ideológica, en tanto desoculta la pregunta por el sentido, por el ideal.
A casi todos nos cuesta alejarnos del siglo XX y de sus guerras frías, salvo para aquellos que pueden contemplar, por entre medio de la hojarasca historiográfica, cuáles son los elementos permanentes que se conservan: la obra de Ricciardino lo logra en una condensación. Como un niño que ingresa a la etapa de los por qué, la obra arroja a la mirada hacia tres testimonios esperanzadores, captables objetivamente en las imágenes.
El primer testimonio: la presencia del pueblo. ¿Qué se destruye y qué se conserva, en ese aparente caos, en esa desmezcla de pulsiones que parcializan escenas, desapareciendo seres, despedazando y torturando cuerpos?
Es posible, en la trama de la obra, el despliegue de una conciencia que salve del colapso. Una conciencia que pueda auto-reconocerse en los recovecos donde se suscitan insinuaciones de comunidad, retoños de comunidad, reverdeceres de comunidad.
Se ven personas que se encuentran, en lo que parecieran ser dispersas experiencias de salvación comunitaria, tal vez candorosas, sí, pero no por ello pusilánimes. Pequeños éxodos que aún comparten cierto campo amigo, ante el avance del nuevo enemigo.
Segundo testimonio: la estructura del drama que no escala a tragedia. A diferencia del suceder trágico, corporizado por la contradicción que conduce al desfiladero de la muerte en su inexorabilidad, el paisaje se encarna en drama, signado por una polar tensión que anuncia un resquicio de vida como posibilidad.
Lo organizativo de la tragedia, en la cual no hay otra salida que la corrupción física, se diferencia categóricamente de lo orgánico del drama, en el cual la tensión se sostiene y se trasciende. Habrá que ver, si este último, "aunque vengan degollando", mantiene su huella hasta la victoria siempre.
Tercer testimonio: el niño siempre por venir. No ya en la obra sino a través de la obra, los colores, los trazos, la lúdica, salvan al pintor, al observador a y la humanidad. En la sonrisa de un niño que juega está contenida la audaz esperanza de todo un universo.
Por alguna razón, desde algún momento de nuestra constitución evolutiva, al empuñar los primeros crayones, algunos dibujamos caballos, granaderos, aviones de guerra recuperando Malvinas, sea pulsionados por el azar, la providencia o la anatomía. Los colores primarios desmienten cualquier primera impresión que se pueda tener de la obra como absoluta negatividad.
Antes que una obra que aparenta inocencia para traslucir desintegración, "El límite invisible sobre el puñal de la nada", bien puede ser contemplada como una narrativa de combates sobre los que termina predominando -y venciendo- el costado puro del corazón.
Los pueblos, mientras nazcan niños que dibujen islas que recuperar, soldados que homenajear, comunidades que organizar, flores que regar, animales que acariciar, mantendrán la posibilidad de preparar su hora.
Pablo Ricciardino Nació en Santa Fe, el 10 de octubre de 1976. Desde el 2019 toma clases de pintura y dibujo con César Núñez. Realizó residencias para artistas de Taller Inminente y participo de diferentes exposiciones colectivas en dicho espacio.
En el 2025 fue seleccionado para formar parte de El Oráculo, programa anual de Formación para Artistas de Púrpura, proyecto para formarse con docentes, artistas, intelectuales del arte, tales como Luis Felipe Noé, Luis Camnitzer, Rafael Cippolini y Claudia del Río, entro otros.
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